Para
explicar las deficiencias y fracasos del sistema educativo, tal y como nos
recuerda Pérez Osorio (2011) , es común responsabilizar a los alumnos debido a
su falta de capacidad e interés; a los maestros por su incompetencia,
irresponsabilidad y deficiente formación; a los métodos de enseñanza por obsoletos,
sin embargo, el rendimiento escolar es un fenómeno multifactorial, en donde el
estudiante, los maestros, la familia, los planes y programas de estudio o el
nivel sociocultural, tienen incidencia en el éxito o fracaso escolar, motivo
por el que cada sector debe asumir su responsabilidad.
De
este modo, si atendemos a factores exógenos,
conformados por todo aquello que rodea al niño, nos encontraremos a la
familia como punto de referencia. Así, una participación decidida de los
padres, constituirá un fuerte apoyo moral, que con compromiso guiará, orientará
y dará una importancia primordial a la educación, contribuyendo a generar altas
expectativas. Es precisamente en esta esfera familiar donde las expectativas de
futuro que el hijo cree que sus padres tienen hacia él, incidirán directamente
en su calificación global, al igual que el bajo nivel cultural de las familias
también influye en el rendimiento académico de los niños (Marchesi y Hernández,
2003).
Así
pues, antes de indagar en las diversas variables que condicionan dicho
rendimiento, debemos partir de la idea que tenemos de familia, para lo que nos
remitimos a la definición planteada por Fisch y Schlanger (2003):
La familia es un grupo de personas unidas por
vínculos de parentesco, ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que
viven juntos por un periodo indefinido de tiempo, es un sistema de relaciones
fundamentalmente afectivas, presente en todas las culturas y gobernada por
reglas, es decir, por normas implícitas y explicitas que limitan los
comportamientos individuales y organizan las interacciones de modo que se
conserve la estabilidad.
A
raíz de este concepto, vamos a desarrollar las dimensiones socio-familiares que
condicionan este rendimiento al que ya hemos hecho referencia:
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“La familia es un grupo de personas unidas por
vínculos de parentesco, ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que
viven juntos por un periodo indefinido de tiempo” (Fisch y Schlanger, 2003)
Dentro
de la propia familia, nos encontramos con diversos miembros que condicionarán a
un sujeto. Tal y como enuncia White (1982) tras sus estudios, el nivel
educativo y ocupacional de los padres, así como el volumen de ingresos
económicos, son variables que influirán potencialmente en el individuo,
pudiendo añadir otras que vienen aparejadas a las remuneraciones de los
progenitores: las características de la vivienda, el disfrute de becas, la
realización de viajes, las visitas al dentista o la disponibilidad de servicio
doméstico son algunos ejemplos de ello.
Junto
a los padres, otro factor dentro del ámbito familiar que incide en la
existencia de éxito o fracaso es el número de hermanos, cuando son dos hermanos
parece aumentar la calificación un 5% por encima de la media, en los hijos
únicos un 1%, y respecto a las familias con 5, 6 y 7 hermanos las
calificaciones disminuyen con relación a la media. (Marchesi y Hernández, 2003)
De
esta manera, hemos contemplado en los últimos años un cambio en el papel que
desempeña la familia junto a las transformaciones sociales actuales, pasando de
una familia extensa a una nuclear, de una familia en donde el proveedor era el
padre, a una en donde ambos progenitores se ven en la necesidad de trabajar;
una de las manifestaciones de estas transformaciones son los diferentes tipos
que hoy en día existen y que van a influir en el comportamiento de los hijos
(Trianes y Gallardo, 2000): Familia tradicional, monoparental, reconstruida,
binuclear, homosexual y cohabitantes.
Según
Pérez Osorio (2011), la familia asegura a sus integrantes, aportando
estabilidad emocional, social y económica. Sin embargo, en muchas ocasiones
esto no ocurre así, pues existen cada vez más madres solteras, quienes juegan
el rol de padre y madre a la vez; niños que por las condiciones laborales se
encuentran mucho tiempo con otros familiares, solos o en centros; padres
divorciados, pudiendo generar los niños hostilidad hacía algún progenitor, o
produciendo una sensación de culpabilidad al sentirse responsable de dicha
separación. Esto puede provocar en los niños falta de afecto, y como consecuencia,
una mala conducta y bajo rendimiento. Es lo que contemplaremos si continuamos
con la definición que hemos dado sobre familia.
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“Es un sistema de relaciones fundamentalmente
afectivas”(Fisch y Schlanger, 2003)
Otro
de los aspectos clave son las expectativas que depositen los padres en sus
hijos, para lo que nos remitiremos al mito Griego de Pigmalión, que da nombre al
efecto al que nos referimos (Efecto Pigmalión), según el cual, las expectativas
que las personas y en este caso los padres guardan hacia sus hijos se ven
cumplidas, es decir, la idea que se tiene de alguien, al final se confirma
(Sánchez y López, 2006).
Estas
esperanzas acerca de una persona, con el tiempo, pueden llevarla a comportarse
y a tener logros, de tal manera que se confirma la regla, por tanto, cada vez
que los padres le dicen a sus hijos lo que esperan de ellos, influyen en su conducta. Esto se debe a que los hijos tienden a hacer
suyas las opiniones que sus padres tienen de sus aptitudes. Cuando estos creen
en su hijo, estos creen en si mimos. Cuando los que tú respetas, creen que
puedes, tú crees que puedes, inversamente, cuando a los hijos se les percibe
con poca capacidad o motivación y no se espera que progresen
significativamente, tienden a notar esa percepción de sí mismos. (Oñate, 1989)
De esta misma perspectiva procede lo que
Marchesi (2003) enuncia en El fracaso
escolar en España:
El lenguaje y la comunicación que se establece
entre sus miembros (de la familia), las expectativas de los padres sobre el
futuro académico de sus hijos, el apoyo a sus estudios, los hábitos lectores,
las actividades culturales etc. son factores que deben tenerse en cuenta a la
hora de determinar las causas de las dificultades que algunos alumnos
manifiestan en sus estudios. En ocasiones, además, un bajo nivel educativo
puede compensarse por un mayor compromiso de los padres con la educación de los
hijos.
A lo que concluye diciendo:
Desde esta perspectiva, lo importante no es el
capital cultural que se posee sino cómo se transmite. Un capital cultural
enriquecido puede tener escasa incidencia en el progreso educativo de los
hijos. Por el contrario, los padres con escaso capital escolar pueden tener una
mayor influencia por el tipo de relaciones que mantienen con sus hijos, lo que
les ayuda a alcanzar una buena escolaridad. (Marchesi, 2003).
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Acabamos con la tercera y última parte del
concepto de familia dado:
“Presente en todas las culturas y gobernada
por reglas, es decir, por normas implícitas y explicitas que limitan los
comportamientos individuales y organizan las interacciones de modo que se
conserve la estabilidad.”(Fisch y
Schlanger, 2003)
El
comportamiento de los padres hacia los hijos, así como la forma en que los
niños están siendo educados en el hogar son el resultado de ciertas
características, como el tipo de familia que ya hemos estudiado o el estilo de
crianza que se ejerce, que es lo que nos disponemos a exponer en este preciso instante.
El
estilo de enseñanza consiste en un cúmulo de actitudes de los padres, que se
traducen en prácticas específicas que influyen en los comportamientos de los
infantes, debido a que cada estilo propicia personalidades diferentes, como
consecuencia de la transmisión de sentimientos de valoración, respeto, amor, o
por el contrario de incapacidad, rechazo. Y es que “no todos los padres y las
madres son competentes para crear un ambiente positivo familiar, algunos manifiestan
incapacidades diversas”. (Trianes y Gallardo, 2000: 294)
Así pues, distinguimos cuatro estilos de
enseñanza que se rigen por estas características (Pérez Osorio, 2011):
·
Padres autoritarios: prestan poca atención a las necesidades de
sus hijos, las exigencias de este tipo de padres no están balanceadas con las
necesidades de los menores, la mayoría de las veces se relacionan con ellos
para dictarles órdenes, las cuales no pueden ser cuestionadas ni negociadas
(Elsner, Montero, Reyes y Zegers, 2001).
La
severidad excesiva, la disciplina extrema, y la exigencia de perfección hacen
que los padres depositen expectativas en el hijo que este no puede alcanzar, lo
que crea una fuerte inseguridad en el niño. Estos hijos tienden a ser
retraídos, desafiantes, violentos, muy dependientes e incompetentes
socialmente.
·
Padres permisivos: son receptivos, les explican las razones en
las que se basan las escasas normas familiares; son inconscientes a la hora de
disciplinarse, usan muy poco el castigo, y demandan menos, no se perciben como
responsables de su desarrollo, sin poner por este motivo límites o controles a
su conducta.
El
exceso de protección, provoca en el niño inseguridad ya que no sabe enfrentarse
solo a las frustraciones sin sus progenitores para resolver el problema. Los
niños tienden a ser dependientes, inestables emocionalmente, carentes de
habilidades sociales y de autocontrol, inmaduros y con poca confianza en sí
mismos.
·
Padres democráticos guías: son receptivos y exigentes; son conscientes a
la hora de poner un castigo y suelen explicar las razones de este, lo cual
supone que existe diálogo donde se tienen en cuenta todos los puntos de vista;
reciben críticas de sus hijos y las aceptan; a pesar de que tienden a ser
estrictos brindan apoyo afectivo. Refuerzan el buen comportamiento, en vez de
concentrarse en lo malo, involucran a los menores cuando fijan reglas, ofrecen
opciones según las habilidades del niño y pretenden que este tome sus
decisiones bajo su propia responsabilidad.
Los
niños de padres democráticos muestran personalidades más ajustadas, son
independientes, amigables, asertivos y cooperativos, muestran una alta
necesidad de logro y generalmente son exitosos, regulan su conducta
apropiadamente.
·
Padres no involucrados o negligentes: no muestran interés en sus hijos, despliegan
conductas indiferentes y de rechazo. Muestran un despego emocional total. En
este caso, los niños que son criados en este tipo de familias, suelen tener
problemas de autocontrol, pobre funcionamiento académico y problemas de
conducta tanto en la escuela como en la sociedad en general.
Finalmente,
la escala Likert aplicada a los padres de niños con éxito y fracaso escolar
puede demostrarnos que existe relación entre los estilos de crianza y el
rendimiento académico de los alumnos, pudiéndonos apoyar en ella para sacar
nuestras propias conclusiones.
Por
tanto, una vez que hemos trabajado estas tres perspectivas, tan sólo queda
despedazarlas para sacar el mayor provecho de las mismas e incidir en los
factores y variables más relevantes para poder elaborar el formulario.
Bibliografía:
·
Fisch, R. y
Schlanger, K. (2003). Cambiando lo incambiable. La terapia breve en
casos intimidantes. Barcelona: Herder.
·
Gil Flores, J. (2013). Medición del nivel socioeconómico familiar en el alumnado de Educación
Primaria. Revista de Educación, 362, 298-322.
·
Marchesi, Á. (2003). El fracaso escolar en España. Madrid: Fundación Alternativas.
·
Marchesi, Á. y
Hernández, C. (2003). El fracaso escolar:
una perspectiva internacional. España: Alianza Editorial.
·
Oñate, M. (1989).
El autoconcepto: formación, medida e
implicaciones en la personalidad. Narcea: Madrid.
·
Pérez Osorio, D. K. (2011). La familia como factor determinante de
fracaso escolar en Educación Básica, Tesis de licenciatura en Psicología
Evolutiva, México D.f.: Universidad Pedagógica Nacional.
·
Sánchez, M. y López, M. (2006). Pigmalión en la escuela. México: UACM
·
Trianes y Gallardo. (2000). Psicología de la Educación y del desarrollo.
Madrid: ed. Pirámide.
·
White, K. R.
(1982). The relation between Socioeconomic Status and Academic Achievement. Psychological Bulletin, 913, 461-481.